Por:
Jacques Barou
En algunos Pueblos, se pone a un recién nacido
el nombre de un antepasado para que de esta manera éste siga viviendo en el
cuerpo del nuevo descendiente. Pero un antepasado, que seguirá viviendo junto a
su familia, para su protección, puede desaparecer o convertirse en un ser
dañino para la familia, si es olvidado y se le deja de venerar. A los antepasados se les atribuye cualidades corporales y
espirituales. Así, por ejemplo, son invisibles, pero puede circunstancialmente
pueden hacerse visibles; tienen la capacidad de entrar y poseer a los humanos y
animales salvajes; capacidad de consumir comida o bebidas, por lo que se les
ofrece esto en los ritos. Gracias a su condición sobrehumana y su proximidad al
Creador, los antepasados son considerados a menudo como mediadores entre el Ser
Supremo y los parientes vivos. No todo el que muere se convierte en un
antepasado que continúa viviendo junto a la familia. Para ello, es necesario
haber llevado una vida moralmente buena. En algunos Pueblos, el entierro apropiado
es otra condición necesaria. En muchas sociedades africanas el culto a los
antepasados es el centro de la actividad religiosa. No existe uniformidad en
este culto y depende de cada grupo étnico, existiendo multitud de pequeñas
variaciones, incluso dentro de un mismo grupo étnico. Hay, sin embargo,
determinadas características que se repiten en la mayoría de las religiones
Tradicionales, en relación a este culto a los antepasados. En algunas
comunidades, una persona sin descendencia no puede convertirse en un antepasado.
De ahí, que sea deseable tener muchos hijos, ya que así éstos le recordarán y
mantendrán las comunicaciones rituales con él y poder así continuar procurando
beneficios para sus parientes vivos (salud, larga vida, buenas cosechas, etc.)
Los vivos pueden relacionarse con los antepasados a través de los sueños y los
adivinos. Se cree que un antepasado disfruta de ciertos poderes
mágico-religiosos especiales que pueden ser utilizados para el bien o para el
mal de la familia. Se les atribuye cualidades corporales y espirituales;
capacidad de consumir comida o bebidas, por lo que es habitual, en muchos
Pueblos, en echar al suelo, antes de las comidas, parte de la comida y sobre
todo de la bebida que se va a consumir; tienen la capacidad de existir en
cualquier parte (especialmente, en urnas que guardan sus restos, en
determinados árboles o bosques, etc.). No todo el que muere se convierte en un
antepasado que continúa viviendo junto a la familia. Para ello, es necesario
haber llevado una vida moralmente buena, según las normas morales tradicionales.
La inmensa mayoría de pueblos creen en la
existencia de un dios creador que gobierna sobre todos los poderes divinos y
humanos. Este dios, nacido a veces de una madre, vivió
entre los hombres hasta que, por causas diferentes, acabó dejando la tierra y
despreocupándose de su creación y de los seres humanos, por lo que los humanos
no tienen relación con él. Pero, además de este dios lejano, en la
naturaleza existen otras fuerzas espirituales encarnadas en diferentes deidades
que están cerca de los humanos y que les pueden resultar beneficiosos o
malignos. Estas fuerzas pueden estar presentes en los bosques, en los montes,
en los ríos, en determinados animales, árboles o plantas. Aunque en la
cosmogonía de algunas religiones africanas existen multitud de deidades
menores.
Sacerdotes: Ellos son los encargados de ejecutar los
rituales, de presidir y dirigir las ceremonias. Ellos hacen de intermediarios
entre el mundo de los vivos y el mundo de los antepasados. Normalmente, el
ejercicio del sacerdocio requiere de un largo
aprendizaje, ya que, además de ser el mantenedor de las ideas espirituales y de
las tradiciones étnicas, habrá de aprender sobre las técnicas que empleará,
sobre plantas y técnicas curativas, etc. Recurre también a técnicas de
adivinación, aunque este término no sea el adecuado, pues no tratan de conocer
el futuro sino de entender el presente. El sacerdocio no es un oficio
hereditario. Cuando hay problemas graves y se desconoce sus causas o no se
encuentra soluciones, los creyentes acuden a estos sacerdotes que intentarán
ayudarles. Para obtener el favor de los antepasados, el sacerdote les ofrecerá
sacrificios y alimentos. El sacerdote debe ser una persona íntegra moralmente y
generosa.
CREENCIAS RELIGIOSAS AFRICANAS
La importancia de los rituales funerarios en
el África subsahariana ha sorprendido a los observadores, quienes,
independientemente de la diversidad de los rituales, los han relacionado con el
dominio del grupo sobre el individuo y con el proceso del perpetuo retorno de
los muertos entre los vivos. La evolución interna de las religiones africanas
tradicionales, llamadas religiones del terruño, ha hecho surgir formas
culturales más elaboradas en torno a los antepasados de prestigio,
intermediarios entre el mundo humano y el universo invisible.
El
lazo familiar que se ha mantenido más allá de la muerte se reactiva mediante la
creencia de que todo niño que viene al mundo es portador del alma de uno de sus
antepasados.
La noción de alma no concibe ésta como una e
indivisible; está compuesta de varias partes autónomas unas de otras, lo cual
permite asociar la creencia en la reencarnación al culto de los antepasados y a
la devoción por un principio creador, señor del universo. Entre
los ashanti de Ghana, lo que renace en el linaje uterino
es la “sangre”, mientras que el “alma”
regresa al Creador.
La
escenificación del pasaje al estadio de antepasado puede hacerse después de la
ceremonia funeraria. Tal es el caso entre los dogón de Mali, donde cada dos o tres años tiene lugar un ritual llamado dama para incitar al alma de los
muertos, fallecidos e inhumados varios meses antes, a abandonar el mundo de los
vivos para dirigirse al país de los antepasados. En el transcurso del ritual,
se coloca a la salida de la aldea una vasija llena de cerveza que un pariente
del difunto derriba de una patada, para dar a entender con claridad que, en
adelante, el muerto ya no puede comer ni beber y tiene que abandonar el mundo
de los vivos. Después, los hombres máscara danzan durante tres días para
indicarle el camino del otro mundo, donde deberá morar en lo sucesivo.
Ya
convertido en antepasado, el muerto es objeto de ciertas prácticas de culto, a
las que van asociadas alabanzas, oraciones y sacrificios por parte de sus
descendientes. Algunos antepasados, fundadores de clanes o linajes
prestigiosos, son divinizados progresivamente; otros, con una religión
monoteísta, se convierten en intermediarios predilectos entre los seres humanos
y el Dios creador.
La
mayoría de los rituales funerarios observados dan pruebas del mantenimiento de
los lazos entre el muerto y su entorno. Incluso ya siendo cadáver, continúa
perteneciendo a la familia. Ello se refleja, para empezar, en una
representación con el propósito de simbolizar la presencia del muerto entre los
suyos, sobre todo en los momentos que siguen al deceso.
Los
miembros del linaje se reúnen para beber, comer y cantar al desaparecido, lo
cual constituye una manera de prolongar su existencia en este mundo. En efecto,
suele ocurrir, sobre todo entre los mossi de Burkina Faso,
que un pariente de la persona fallecida, de preferencia una mujer, vista las
ropas del muerto e imite sus ademanes y su manera de hablar. Los hijos del
difunto lo llaman “padre” y sus esposas, “marido”.
Entre
los del Senegal, el muerto debe presidir sus propios funerales: vestido con su
ropa más hermosa, sentado en su sillón acostumbrado y atado a él, la mano en
alto como si saludara a la muchedumbre, se le lleva en andas a hombros hasta el
lugar de su inhumación, mientras los músicos y danzantes tocan y evolucionan
muy animados en torno al cortejo, desafiando así la dimensión trágica de la
muerte y terminando de dar una coloración épica y triunfal al cortejo funerario.
La
familiaridad con los muertos puede continuar mucho después del deceso a través
de una relación con los cadáveres. El caso más conocido es el de los merina del
altiplano de Madagascar. Aproximadamente cada cinco años tiene lugar la
ceremonia del famadihana, término
incorrectamente traducido por “dar vueltas a los muertos”: abren las tumbas y
colocan a los muertos sobre los hombros de los danzantes que los lanzan al aire
y los llevan en una farándula desenfrenada a través de las calles de la aldea;
y después los envuelven en esteras nuevas que, dado que se supone que poseen un
poder fecundante, más tarde se reparten las mujeres. Los vivos tocan los
cadáveres y los envuelven en mortajas nuevas, con ademanes que evocan los
mimos, y comparten con ellos algunos alimentos y vasos de ron. Así, se trata de
un medio de reforzar los lazos internos del grupo de los vivos a través de la
comunión con los muertos, que son, más que nunca, el vínculo que une a la familia.
Las
religiones reveladas que se han implantado en el África subsahariana no han
dejado de ganar terreno a las religiones del terruño. Hoy en día, el
cristianismo y el Islam se reparten aproximadamente dos tercios de las
conciencias. A pesar de la evolución reciente y parcial del Islam y el
protestantismo, que ahora buscan la depuración, las creencias y prácticas
anteriores han logrado sobrevivir en el seno de los nuevos cultos. En lo
concerniente a los rituales funerarios, la llegada de las religiones reveladas
tuvo sobre todo efectos visibles sobre las prácticas de inhumación, las cuales
no existen en algunas de las antiguas religiones africanas o, cuando existen,
no siempre están codificadas con precisión.
Eso
es lo que indican los cambios que ha sido posible observar en una población del
Senegal oriental, replegada en una zona montañosa donde ha conservado sus
prácticas religiosas tradicionales (Barou & Navarro 2007). Hace todavía
medio siglo, ese pueblo, llamado beliyan
o bassari, vivía de la economía de la
caza y la recolección. Está compuesto de siete clanes matrilineales y hoy en
día habita en una veintena de aldeas situadas cerca de la frontera con Guinea.
En los años 1930, los bassari comenzaron a practicar la agricultura y la
ganadería, sin abandonar por completo sus actividades de caza y recolección.
Su
religión se fundamenta esencialmente en la creencia en la existencia de los biyil, genios invisibles que los protegen de los azares de
la caza y los ataques de sus enemigos y garantizan tanto la fecundidad del
grupo como la de las plantas y animales que consumen. Esos genios les
escogieron como antepasado totémico el camaleón, al que están vinculados
mediante una relación simbólica. Cuando se lleva a cabo
su ritual de iniciación, los adolescentes de 15 o 16 años de edad se convierten
en “hijos del camaleón” al término de un largo retiro en el bosque y de varias
pruebas, una de las cuales consiste en batirse con los biyil, representados por unos hombres vestidos con una máscara de
corteza y un traje de hojas para encarnar a esos genios de la naturaleza, a la
vez antepasados y protectores del grupo.
Las
máscaras son la encarnación visible de los biyil.
Las portan algunos hombres del grupo de los odyar,
cuya edad fluctúa entre 27 y 33 años. Nadie debe intentar reconocer al hombre
que porta la máscara, a la que se percibe como un espíritu que participa
activamente en la vida del grupo, protegiendo a los niños de la enfermedad y la
brujería, alentando a los cultivadores a trabajar durante los rituales
estacionales y castigando a aquellos que contravienen la costumbre. Mediante su dimensión de antepasados, las máscaras
establecen una relación permanente entre el mundo de los vivos y el de los
muertos, entre el universo visible y el invisible.
Los bassari perciben la muerte como un rito de
transición y una etapa del ciclo del eterno retorno, puesto que los antepasados
están llamados a renacer en sus descendientes después de haber permanecido
entre los biyil, asegurando así la
perpetuación del grupo.
CEREMONIAS AFRICANAS
Las prácticas
religiosas del oeste de África en general, se manifiestan en las ceremonias
comunales y/o ritos adivinatorios en el que los miembros de la comunidad,
superados por la "fuerza" (o "Ashe", "nyama",
etc.), se concentran hasta el punto de entrar en la meditación y trance en
respuesta a la rítmica/mántrica tambores y/o cantos.
Una
ceremonia religiosa que se practica en Gabón y Camerún es el Okuyi, profesado
por varios grupos étnicos bantú. En este estado, dependiendo de los tipos de
tambores o ritmos instrumentales interpretados por músicos respetados (cada uno
de los cuales es aplicable sólo a una deidad determinada/antepasado), los
participantes encarnan una deidad/antepasado, energía y/o estado de ánimo
mediante la realización de movimientos de distintos rituales/bailes que mejoran
aún más su conciencia elevada o, en términos orientales, concentrar la
kundalini a un determinado nivel de conciencia y/o hacer circular el
"chi" de una manera específica en el cuerpo.
Cuando este estado de trance es visto y entendido,
los observadores culturalmente educados están al tanto de una forma de
contemplar la encarnación pura/ simbólica de una actitud particular o en un
marco de referencia. Esto se basa en la separación de las habilidades de los
sentimientos provocados por esta forma de pensar y las manifestaciones
circunstanciales en la vida cotidiana. Esa separación y posterior de la
contemplación de la naturaleza y las fuentes de energía pura/sentimientos sirve
para ayudar a los participantes a gestionarlos y aceptarlos cuando se presentan
en contextos cotidianos. Esto facilita un mejor control y la transformación de
estas energías en un comportamiento positivo y culturalmente apropiado, el
pensamiento y el habla. Además, esta práctica también puede dar lugar a que en
estos trances se pronuncien palabras que, cuando se interpreta por una educación
cultural/adivina, puede dar una idea de las instrucciones apropiadas que la
comunidad (o individuo) puede tener en el cumplimiento de sus objetivos.
Casarse en África sin pasar por la ceremonia
tradicional está considerado como la predicción de una boda sin futuro. En
todas partes del continente la boda con vestidos tradicionales tiene una
importancia capital y se considera de mayor relevancia que las ceremonias
civiles. Por eso, la preparación minuciosa del evento implica a las dos
familias de los novios y se hace desde varios meses o años antes. Además, la
boda tradicional cuesta mucho dinero, pues los vestidos son, en general, telas
especiales hechas a mano, zapatos artesanales adornados de oro, sin olvidar la
gran cantidad de cadenas de oro que deben llevar los novios.
En África Occidental, a pesar de que hay una gran
diversidad cultural que ofrece a los novios mucha variedad en la manera de
vestirse tradicionalmente, la mayoría optan por vestirse con la tela ‘Kita’.
¿La razón? Pues porque simplemente es un vestido majestuoso. Vestirse así es
como representar la imagen, y también el ambiente de una casa real africana en
sus momentos de fiesta. Por eso, los novios van vestidos con la tela
‘Kita’ o ‘Kente’, el nombre de la tela depende del país, Kita en Costa de
Marfil y Kente en Ghana.
Estas telas están
hechas a mano con dibujos simbólicos muy llamativos y se venden en todos los
mercados africanos, pero solo en establecimientos especiales porque su venta no
está al alcance de cualquiera debido a su elevado precio. Por ello, su
distribución queda restringida a un pequeño grupo que ya está iniciado en este
mercado.
En su origen, el Kita era una tela real y sagrada
que llevaban los notables y las personas de la línea real cuando había una
ceremonia de gran importancia. Hoy en día, se permite a cualquier persona
vestirse con ella y en los mercados los vendedores ofrecen una multitud de
telas Kita con colores diferentes, puesto que cada color tiene una
significación que puede ser de alegría o de muerte.
El día de la boda
tradicional, las futuras esposas pueden elegir entre varias maneras de
vestirse, pero lo más popular es llevar una camisa blanca de encaje acompañada
de dos piezas de tela Kita, o bien vestir directamente el Kita alrededor de su
pecho. Para acentuar su
aspecto ancestral, las novias optarán por un maquillaje tradicional hecho de
polvo de arcilla (caolín) con el que se hacen pequeños círculos o dibujos sobre
la piel. Los novios llevan una camisa de encaje blanca y se cubren con una gran
tela de dos metros alrededor del cuerpo, adornándose con pesadas cadenas
de oro.
Con la modernidad, los novios se han visto libres
para dar rienda suelta a su imaginación en la manera de vestirse con la tela
Kita o de coser sus vestidos, ya no hay reglas rígidas sobre vestimenta en
la ceremonia. Aun así, no es raro ver novios vestidos de manera tradicional con
Kita durante las ceremonias civiles y algunos, muy creativos, intentan salir de
lo ordinario mezclando una parte de tela Kita en el vestido blanco de la novia
o en el traje del novio.
A pesar de que la Kita es una tela muy pesada y
puede agobiar a los que la llevan en época de calor, permanece como la joya de
las bodas tradicionales y también de diversas ceremonias como las fiestas
tradicionales, bautismos, funerales, reuniones de familia, etc…Y es que, como
dice un antiguo proverbio “la belleza no tiene precio”.
Fuente: https://journals.openedition.org/
MITOS AFRICANOS
MULUKÚ
Existen
innumerables mitos en África sobre el origen del hombre. Nuestra historia
comienza una vez que Mulukú hubo creado el mundo y todo lo que contiene: el
dios decidió que sería bueno para su creación que hubiese una especie que la
disfrutase y cuidase. Para dar nacimiento a la nueva especie Mulukú excavó dos
hoyos en el suelo, de uno salió el hombre y del otro la mujer, pero aún estaban
incompletos, ya que carecían del conocimiento y sabiduría necesarios para
sobrevivir sin la ayuda divina. Debido al amor que les tenía el propio Mulukú,
al que también se venera como dios de la agricultura, les enseñó el arte de la
siembre y así los humanos pudieron ser independientes y alimentarse por sí
solos. Les proporcionó todas las herramientas necesarias para la tarea de
cultivar y les dio semillas de mijo para que las plantasen, luego les dejó para
que viviesen sus vidas. No pasó mucho tiempo hasta que la primera pareja dejó
de seguir los consejos de Mulukú, y para su mayor decepción también abandonaron
las tierras que él les había legado. Estas tierras pronto se marchitaron por la
falta de cuidados, y al poco se transformaron en yermos y desiertos. Mulukú,
ofendido y enfadado con la pareja, decidió arrancar la cola a los monos para
ponérsela a los humanos, y ambos quedaron convertidos en monos. Al mismo tiempo
los monos, ya sin rabo y que hasta entonces habitaban como animales, bajaron de
los árboles para tomar el puesto de los humanos. Nosotros, los humanos
modernos, somos aquellos monos que ocuparon el puesto de los primeros hombres.
AIDO-HWEDO
Entre el africano pueblo de los Fon, procedentes del
desaparecido reino de Abomey, contaban en su mitología que, en los primeros
tiempos de la creación, el dios de dos caras Mawu (que
poseía tanto rasgos femeninos como masculinos, como metáfora del Sol y la Luna)
contaba con la ayuda de Aido-Hwedo, la gran serpiente cósmica. El creador iba
de un lado para otro en el interior de la boca de Aido-Hwedo, mientras se
afanaba en la construcción del mundo, utilizándola como transporte. Una vez
que hubo terminado con la creación, Mawu pensó que había recargado demasiado el
mundo, poniendo demasiadas cosas encima. Los árboles, las montañas, los
animales y demás pesaban mucho, impidiendo al creador que pudiese transportar
su obra, así que pidió a Aido-Hwedo que le ayudase en esta tarea, y la
serpiente cósmica aceptó. La única pega era que la gran serpiente no soportaba
bien el calor de las profundidades, así que Mawu creó los mares y océanos para
que Aido Hwedo pudiese vivir en ellos. Debido al gran peso del mundo, la
serpiente debía cambiar a menudo de
posición para poder descansar, y es en cada uno de estos cambios de postura cuando
suceden los terremotos. Pero también dice la leyenda que, el día que se agoten
las reservas de hierro, la gran serpiente cósmica se devorará a sí misma,
provocando que toda la tierra se precipite en el mar.